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Medicamentos: amigos con límites

El dolor y el sufrimiento han estado ligados a lo largo de la historia, incluso malinterpretados como sinónimos. Esta confusión ha llevado a que muchas personas busquen alivio inmediato a cualquier malestar, sin detenerse a pensar en su causa real. Así nació la medicina, y, con el paso del tiempo, hemos llegado a lo que hoy se llama “la era de la analgesia”: una época en la que contamos con medicamentos muy eficaces para aliviar el dolor físico.

Pero centrarnos solo en lo físico ha hecho que olvidemos algo importante: las emociones, los pensamientos, los valores, la espiritualidad, aspectos influyen en cómo sentimos el dolor y el sufrimiento.

¿Pastillas para todo?

En una sociedad que requiere soluciones rápidas, acudimos a lo primero que tenemos a la mano: una pastilla del botiquín o la farmacia. Pero el dolor, y sobre todo el sufrimiento, no siempre se solucionan con medicamentos. A veces, tomar una píldora sin entender qué hay detrás del malestar puede hacer que se oculte el verdadero problema, retrasando una recuperación real.

Dolor y sufrimiento no son lo mismo

Hace más de 2.500 años, Buda dijo: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Esta frase nos recuerda que el dolor físico forma parte de la vida, pero el sufrimiento nace de cómo enfrentamos ese dolor: resistiéndonos, temiéndolo o sintiéndonos solos.

La medicina moderna reconoce esta diferencia. La doctora Cicely Saunders, pionera en los cuidados paliativos, habla del dolor total para referirse no solo al dolor físico, sino también al sufrimiento emocional, social y espiritual que puede sentir una persona, especialmente en enfermedades graves. Por eso, los tratamientos más efectivos no solo se centran en calmar el cuerpo, sino también en escuchar, acompañar y cuidar al ser humano en todas sus dimensiones.

Eric Cassell, médico y experto en bioética, define el sufrimiento como una amenaza a lo que somos: a nuestros roles, relaciones, valores e identidad. Sentir que todo eso está en riesgo puede generar un sufrimiento profundo, aunque el dolor físico no sea tan intenso. Por eso, es clave no dejar que el dolor nos defina ni nos haga perder de vista quiénes somos y qué nos da sentido.

El cuerpo expresa lo que la mente calla

La ciencia ha demostrado que nuestras emociones afectan el cuerpo. El estrés, la tristeza o el miedo pueden convertirse en dolores o síntomas físicos, dando lugar a lo que se conoce como enfermedades psicosomáticas. En estos casos, tomar medicamentos es como tapar una alarma sin apagar el fuego. La raíz está en las emociones, por lo que se necesita apoyo psicológico o terapias que trabajen también la mente.

El medicamento: aliado, no salvador

Los medicamentos son esenciales, pero tienen límites. Su eficacia se potencia al integrarse con estrategias de apoyo emocional, social y preventivo, reduciendo los riesgos asociados a la automedicación y a la autoprescripción, y promoviendo un autocuidado responsable e informado.

Además, automedicarse sin orientación médica puede traer riesgos graves: intoxicaciones, efectos secundarios, interacciones entre medicamentos o demoras en diagnósticos importantes. Por eso, aunque algunos medicamentos se pueden comprar sin fórmula médica, siempre es necesario leer bien sus indicaciones y consultar con un profesional si el malestar persiste o empeora.

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